Equivocarse es algo inherente, una parte normal de la vida para cualquier persona. Cada individuo reacciona y interpreta sus errores de manera única. Algunos lo ven como algo común, aunque a veces difícil de aceptar según la situación. Para otros, la gestión de los errores puede resultar complicada, considerándolos como un fracaso significativo en sus vidas.
La forma en que enfrentamos los errores depende en gran medida de nuestra conciencia sobre ellos y nuestra capacidad para reflexionar. Reflexionar sobre nuestros errores es un mecanismo mental que nos ayuda a aprender y evitar que se repitan. Sin embargo, surge un problema cuando quedamos “enganchados” en el error, incapaces de superarlo.
Durante nuestra infancia y crecimiento, las palabras de nuestros cuidadores primarios influyen profundamente en nosotros. La corrección frecuente y los castigos severos por errores pueden dejar una marca duradera en nuestro inconsciente, afectando nuestra percepción de nosotros mismos.
Para cambiar nuestra forma de pensar al respecto, podemos:
- Hacer consciente el impacto de la crianza y la educación en nuestras ideas actuales, reconociendo que muchas de ellas fueron impuestas y no reflejan nuestro verdadero yo.
- Ser más compasivos con nosotros mismos, aceptando que todos cometen errores. Aplicar la comprensión que brindamos a los demás cuando se equivocan a nuestras propias experiencias.
- Reconocer que los errores son oportunidades de aprendizaje. Aceptar el error, asumir la responsabilidad y crecer en diversos aspectos. Los errores proporcionan experiencias únicas que pueden ser valiosas en el futuro, tanto para uno mismo como para ayudar a otros.
- Entender que incluso las personas que admiramos y consideramos ejemplos a seguir cometen errores con regularidad.
La trampa del perfeccionismo excesivo también está relacionada con la autoexigencia y las inseguridades. La búsqueda obsesiva de la perfección es una carga, ya que nadie es perfecto y querer serlo puede generar una sensación de fracaso personal.
En realidad, los errores o fracasos no definen la identidad de una persona. Eventos como un divorcio o una elección laboral equivocada no determinan quiénes somos. Al vincular nuestro valor como individuos a situaciones externas y específicas, estamos colocando una carga innecesaria en nuestra propia valía personal.